EL COLLAR DE VARIAS VUELTAS.
TERCER PERIODO 6°
LA FAMILIA, ÁMBITO PRIVILEGIADO DE LA
EDUCACIÓN PARA LA JUSTICIA
Todos hemos aplaudido al bebé que pronuncia por primera vez la palabra «mío» ante cada uno de los juguetes, los dulces o la chupeta que siente como propiedad, repitiéndola cada vez que alguien pretende tomar una de sus pertenencias. Nos hace muchísima gracia y nos recuerda que por fin se comunica con el género humano; por fin ese niño ha entrado en relación.
Y es que «mío», además de ser una de las
primeras palabras que el niño, es una de las sensaciones más claras que
percibe. La sensación de que ésta es mi madre, mi cuna, mi biberón,
mis cosas, mis pertenencias y mis personas, me da seguridad, me da
la
sensación de ser yo, de estar y ser tenido en cuenta.
sensación de ser yo, de estar y ser tenido en cuenta.
Luego, el paso al «nosotros» ya es otra cosa.
Y son también los que le rodean en la familia —esos mismos que han
aplaudido al niño cuando ha dicho el primer «mío» o se han reído a
carcajadas cuando, ante una bandeja de pasteles o ante el escaparate de
una juguetería, ha dicho: «¡Me lo pido, me lo pido!; ¡y este también,
todos me los pido para mí!»— los que le demuestran y le van enseñando poco
a poco que existe, pero que existe-con; que tiene necesidades, pero
que también tienen necesidades los de alrededor. Y descubre a su hermano, a
sus padres, que también necesitan su espacio, su tiempo, sus cosas. Y la
bandeja de pasteles hay que compartirla, y el niño aprende a decir. «Me
pido el de chocolate, y este otro se lo dejo a mi padre, a mi madre, a mi
hermano...» Y así reconoce sus propias necesidades y, al mismo tiempo,
descubre que los otros también tienen las suyas que hay que
satisfacer.
Este paso del yo al nosotros se da en la vida
familiar. En algunas familias se aplaude en exceso la gracia del niño del
«mío, mío» y no se le ayuda a vivir el «nosotros», esa palabra mágica que
le volverá solidario, atento a los demás y generoso.
* * *
Tan importante es reconocer al niño su
espacio, su parcela, su propiedad, su atención y cuidado necesarios, y el
respeto a su persona, sus cosas, su tiempo y sus necesidades, para
favorecer su autoestima como el facilitarle el reconocimiento de los
otros, esos seres humanos que viven junto a él y que también necesitan su
propio tiempo, su propio espacio, y se merecen la atención a su persona y
a sus necesidades.
Algunos padres que han tenido poco cubiertas
sus necesidades básicas de niños se vuelcan de tal manera en el hijo, le
hacen tan consciente del «mío», tan atento a sí mismo y a sus
propias necesidades, están tan dispuestos a satisfacer cualquier deseo
del niño, que no le dejan descubrir el nosotros y le convierten en un
ser egoísta y egocéntrico, blando, pues no conoce la frustración ni
el sacrificio de renunciar a algo en favor de alguien.
Gran parte de la juventud que hoy tenemos son
los hijos de padres que en su vida han carecido de tantas cosas y han
necesitado tanto que luego se han volcado en comprar a los hijos de todo,
darles todas las cosas habidas y por haber, todo el cuidado, todos los estudios
y posibilidades, y nunca les han pedido nada, nunca les han
sugerido siquiera la posibilidad de dar ellos algo a sus padres y así es
como se han convertido en unos jóvenes egocéntricos, incapaces de
descubrir
que el otro también necesita algo; que sus padres le han dado todo, pero que ellos apenas tienen nada, ni tiempo siquiera para sí mismos... Y de ahí surge esta generación blanda, que se frustra enseguida, que no soporta un contratiempo, que en cuanto tiene un trabajo se gasta el dinero en cualquier cosa, en lugar de ahorrar algo para su futuro o de compartir algo con alguien.
Es demasiado frecuente que hijos a los que no les ha faltado de nada y han alcanzado un alto nivel intelectual se avergüencen de sus padres por la poca cultura o el bajo nivel social de éstos, y hasta les hacen de menos en momentos, pues se sienten muy superiores a ellos por el hecho de tener una formación académica y unos recursos a los que sus padres no han tenido acceso. Muchos de estos hijos conocen ya en su juventud medio mundo, mientras que sus padres
aún no han salido de su pueblo natal. Este injusto reparto de privilegios se fomenta en muchas familias como la cosa más natural y está generando una juventud insensibilizada e insolidaria hacia sus mayores.
que el otro también necesita algo; que sus padres le han dado todo, pero que ellos apenas tienen nada, ni tiempo siquiera para sí mismos... Y de ahí surge esta generación blanda, que se frustra enseguida, que no soporta un contratiempo, que en cuanto tiene un trabajo se gasta el dinero en cualquier cosa, en lugar de ahorrar algo para su futuro o de compartir algo con alguien.
Es demasiado frecuente que hijos a los que no les ha faltado de nada y han alcanzado un alto nivel intelectual se avergüencen de sus padres por la poca cultura o el bajo nivel social de éstos, y hasta les hacen de menos en momentos, pues se sienten muy superiores a ellos por el hecho de tener una formación académica y unos recursos a los que sus padres no han tenido acceso. Muchos de estos hijos conocen ya en su juventud medio mundo, mientras que sus padres
aún no han salido de su pueblo natal. Este injusto reparto de privilegios se fomenta en muchas familias como la cosa más natural y está generando una juventud insensibilizada e insolidaria hacia sus mayores.
La familia es el lugar donde el individuo
aprende a vivir en sociedad; donde, a través de ese hermano con el que
compartes pastel, habitación, abrigo o sillón, descubrirás al hermano,
al compañero de vida que necesitará de ti y tú de él, y al que
tendrás que hacer un hueco en la vida para que también viva, y viva
bien.
Cuando en una familia se reparte, con equidad
y con humor, ese bombón tan rico; cuando nadie se queda con el pescuezo
del pollo porque es lo peor; cuando el último bocado se queda en la fuente
porque todos lo desean y todos se lo ofrecen los unos a los otros; cuando
cualquiera sirve el agua al que lo necesita, aun antes de pedirla, se está
construyendo el «Nosotros» con mayúscula. Y la vida está hecha de esos
pequeños detalles que nos hacen vivir atentos los unos a los otros y que
nos lanzarán al mundo a vivir de la misma manera.
* * *
Si «justicia» es la virtud que nos hace dar a
cada uno lo que le corresponde, hoy la sociedad está montada para vivir
mal la justicia. La familia da un culto exagerado a los nuevos niños, esos
seres tan escasos como cotizados en bolsa y tan molestos en nuestro ritmo
de vida. Hoy una pareja, cuando espera al primer hijo, le prepara
una habitación de película, habilitada con todos las cosas que un
niño puede necesitar o soñar; mejor dicho, con muchos más de los
que pueda utilizar en toda su vida. Los padres, los abuelos y los cercanos confundirán
la espera ilusionada del nuevo ser con los mil cachivaches que rondan su
llegada. Las tiendas especializadas tienen un gran negocio montado con
este culto estético y ornamental que se está dando al niño. Y ése es sólo
el comienzo de algo que durará toda la vida: que se crea el rey de la casa, el ombligo del mundo, y viva
así durante toda su niñez y juventud. De este modo se convertirá en
un adulto egoísta, incapaz de descubrir las necesidades de los
demás.
Y es en la familia donde se aprende a vivir
la justicia. Cuando se descubre al otro no sólo entre los miembros de la
familia, sino también en los de fuera. Cuando se interesan por otros seres
humanos, cuando en la mesa se comparten los gozos y las sombras de
otras personas más lejanas a la familia, cuando se recibe a los vecinos
y amigos, cuando se acoge, se comparte, se interesan por otras
vidas.
El modo de ver la televisión en familia, el
modo de comentar los acontecimientos, el dolor de otros hombres, las
injusticias sociales, el reparto solidario... irá condicionando la forma
de sentir de cada persona desde su infancia. Un niño que siente que nada
de lo que les ocurre a los demás en su familia deja a nadie indiferente,
será un adulto solidario y participativo.
* * *
Hay también otros comportamientos que
«contagian» justicia, como son el respetar la propiedad de los demás, el
ir a devolver el cambio que le han dado de más al niño en la tienda de la
esquina, el cuidar el ascensor que es de todos, el no papeles al suelo
para que no tenga que limpiar el portero, el pisar con cuidado sobre el piso recién
trapeado... Son pequeños detalles de la vida cotidiana que le van haciendo
a uno exquisito para el amor, sensible a la justicia, a las necesidades
del otro.
También hay pequeños comportamientos
domésticos que se inoculan en la vida familiar, como son reciclar los
papeles, tirar los vidrios al contenedor, aunque resulte mucho más cómodo
echarlos a la basura; buscar un punto limpio para abandonar
los electrodomésticos o usar ropa de segunda mano que todavía está en buen
uso. Si, como telón de fondo familiar, se vive el valor de que hay que ser
austeros y reciclar, para no gastar lo que en justicia necesitan otros,
los miembros de esa casa serán solidarios casi de manera inconsciente y
habitual. Juntos cuidarán el mundo como algo normal y natural.
Y un niño que ha sido criado en una familia
en la que hay sensibilidad hacia la injusticia, en la que se comenta y se
acude en familia a manifestaciones y a actos solidarios, será un adulto
que luchará por construir una sociedad más justa y más humana, un mundo mejor
repartido. Una familia sensible a la diferencia de clases, al racismo, al
machismo, enviará al mundo a seres que participarán en el cambio de todos
estos temas que nos dificultan y oscurecen la vida.
Cuando alguien de una familia participa como
voluntario en alguna organización determinada, toda la familia se suele
enriquecer de la vivencia de esa persona. La justicia es un hábito del
corazón que se adquiere en la familia de una manera natural, desde los
comportamientos cotidianos hacia los más desfavorecidos. Cuando se abre la
puerta con naturalidad a toda persona que viene a pedir y se la acoge,
interesándose por su historia y su persona, si después de hablar con él, ayudarle y ofrecerle
la información de algún recurso posible, se le despide por la sensación de
haberle dado lo que era justo, en vez de mirar por la mirilla con
desconfianza y defenderse de alguien que parece nos viene a quitar de lo nuestro, estaremos inculcándonos unos a otros
un estilo justo y solidario, una sensibilidad hacia los más
desfavorecidos.
Siempre recordaré a un señor que vino a pedir
a nuestra puerta en el momento justo en que nos sentábamos a la mesa. Le
invitamos a comer lentejas con nosotros, y él, tras un tira y afloja
aceptó con gusto. Nos contó su vida, nos sensibilizó con su problema, nos
hizo el precioso regalo de darnos a conocer un doloroso mundo desconocido para
nosotros y disfrutar del placer de compartir la comida con alguien que
valoró el calor, el sabor y la comodidad, esas cosas a las que nosotros
estamos tan acostumbrados.
No faltó quien nos consideró arriesgados,
veían el peligro de que nos hubiera dado un susto el buen señor, del que
todavía recuerdo su nombre con gran cariño. Pasado un año' volvió por casa
para comentarnos que ya había encontrado trabajo. Esta lección de
vida no se nos ha olvidado jamás. Fue un regalo de Dios para que
practiquemos la justicia como estilo de vida... que no lo hacemos demasiado.
Cuando los niños ven que sus padres compran
«La Farola» al transeúnte que se acerca a vendérsela al carro, y le
saludan cálidamente, están aprendiendo a solidarizarse con los necesitados,
a practicar la justicia de favorecer el que todos tengamos un
trabajo. Cuando en una casa se cuida de la vecina mayor, se tiene
detalles con la recién enviudada, se ayuda al anciano que baja la escalera
con dificultad, se llama frecuentemente y con ternura a esa persona enferma...,
se está inoculando una sensibilidad y un sentido de la justicia que es dar a
cada uno lo que necesita, aquello a lo que tiene derecho.
Es importante también saberse privilegiados,
reconocer lo beneficiado que ha salido uno en el reparto de los
bienes económicos, afectivos, culturales o de cualquier otro tipo.
Muchas veces, personas que tienen demasiado se pasan la vida mirando a
los que tienen aún más que ellos, y desde ahí están siempre considerando
como injusto el reparto que se vive. Hay que saber vivir
mirando a los de abajo y trabajar para que todos tengamos las necesidades mínimas cubiertas; e incluso entonces nadie puede quedarse tranquilo.
mirando a los de abajo y trabajar para que todos tengamos las necesidades mínimas cubiertas; e incluso entonces nadie puede quedarse tranquilo.
El tema de los malos tratos a mujeres está de
moda últimamente y se va haciendo objeto de mil chistes malévolos y de muy
mal gusto que aplauden sutilmente esta injusticia social, desgraciadamente
tan frecuente. La forma de comentar este y otros temas parecidos en
la
familia será la que marcará la sensibilidad de los individuos de esa casa. Lo mismo ocurre con los temas de terrorismo y de tragedias sociales.
familia será la que marcará la sensibilidad de los individuos de esa casa. Lo mismo ocurre con los temas de terrorismo y de tragedias sociales.
Nos gusta en mi familia, al bendecir la mesa,
incluir en nuestra oración a las personas a las que les han ocurrido
acontecimientos desagradables y dolorosos, conocidas o no, cercanas o
lejanas, víctimas o verdugos. Siento yo el presentar al Señor noticias
que habían pasado desapercibidas para algunos, nos solidariza de
alguna manera, nos sensibiliza con las personas, nos ablanda el corazón
y nos saca un poco de nosotros mismos y de nuestra vida pequeña, nos
universaliza el corazón, ese que se queda tan tranquilo sólo con lo
propio.
TRABAJO INDIVIDUAL
1.
Elabora una cartelera donde expreses las ideas más
importantes de este escrito
2.
Escribe
en tu cuaderno un decálogo (10 frases) donde muestres cómo es de importante la
familia para formarnos en justicia
3.
Según
tu opinión, ¿tú familia te enseña justicia? Si…. ¿por qué? No… ¿por qué? Escribe
la respuesta en el cuaderno.
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