martes, 9 de julio de 2013


EL COLLAR DE VARIAS VUELTAS.                           
 
  TERCER PERIODO 6°
 
 
LA FAMILIA, ÁMBITO PRIVILEGIADO DE LA EDUCACIÓN PARA LA JUSTICIA

Todos hemos aplaudido al bebé que pronuncia por primera vez la  palabra «mío» ante cada uno de los juguetes, los dulces o la chupeta  que siente como propiedad, repitiéndola cada vez que alguien  pretende tomar una de sus pertenencias. Nos hace muchísima gracia  y nos recuerda que por fin se comunica con el género humano; por fin  ese niño ha entrado en relación. 

Y es que «mío», además de ser una de las primeras palabras que el niño, es una de las sensaciones más claras que percibe. La sensación de que ésta es mi madre, mi cuna, mi biberón, mis cosas, mis pertenencias y mis personas, me da seguridad, me da la
sensación de ser yo, de estar y ser tenido en cuenta. 

Luego, el paso al «nosotros» ya es otra cosa. Y son también los que le rodean en la familia —esos mismos que han aplaudido al niño cuando ha dicho el primer «mío» o se han reído a carcajadas cuando, ante una bandeja de pasteles o ante el escaparate de una juguetería, ha dicho: «¡Me lo pido, me lo pido!; ¡y este también, todos me los pido para mí!»— los que le demuestran y le van enseñando poco a poco que existe, pero que existe-con; que tiene necesidades, pero que también tienen necesidades los de alrededor. Y descubre a su hermano, a sus padres, que también necesitan su espacio, su tiempo, sus cosas. Y la bandeja de pasteles hay que compartirla, y el niño aprende a decir. «Me pido el de chocolate, y este otro se lo dejo a mi padre, a mi madre, a mi hermano...» Y así reconoce sus propias necesidades y, al mismo tiempo, descubre que los otros también tienen las suyas que hay que satisfacer. 

Este paso del yo al nosotros se da en la vida familiar. En algunas familias se aplaude en exceso la gracia del niño del «mío, mío» y no se le ayuda a vivir el «nosotros», esa palabra mágica que le volverá solidario, atento a los demás y generoso. 

* * * 

Tan importante es reconocer al niño su espacio, su parcela, su propiedad, su atención y cuidado necesarios, y el respeto a su persona, sus cosas, su tiempo y sus necesidades, para favorecer su autoestima como el facilitarle el reconocimiento de los otros, esos seres humanos que viven junto a él y que también necesitan su propio tiempo, su propio espacio, y se merecen la atención a su persona y a sus necesidades.

Algunos padres que han tenido poco cubiertas sus necesidades básicas de niños se vuelcan de tal manera en el hijo, le hacen tan consciente del «mío», tan atento a sí mismo y a sus propias necesidades, están tan dispuestos a satisfacer cualquier deseo del niño, que no le dejan descubrir el nosotros y le convierten en un ser egoísta y egocéntrico, blando, pues no conoce la frustración ni el sacrificio de renunciar a algo en favor de alguien. 

Gran parte de la juventud que hoy tenemos son los hijos de padres que en su vida han carecido de tantas cosas y han necesitado tanto que luego se han volcado en comprar a los hijos de todo, darles todas las cosas habidas y por haber, todo el cuidado, todos los estudios y posibilidades, y nunca les han pedido nada, nunca les han sugerido siquiera la posibilidad de dar ellos algo a sus padres y así es como se han convertido en unos jóvenes egocéntricos, incapaces de descubrir
que el otro también necesita algo; que sus padres le han dado todo, pero que ellos apenas tienen nada, ni tiempo siquiera para sí mismos... Y de ahí surge esta generación blanda, que se frustra enseguida, que no soporta un contratiempo, que en cuanto tiene un trabajo se gasta el dinero en cualquier cosa, en lugar de ahorrar algo para su futuro o de compartir algo con alguien. 

Es demasiado frecuente que hijos a los que no les ha faltado de nada y han alcanzado un alto nivel intelectual se avergüencen de sus padres por la poca cultura o el bajo nivel social de éstos, y hasta les hacen de menos en momentos, pues se sienten muy superiores a ellos por el hecho de tener una formación académica y unos recursos a los que sus padres no han tenido acceso. Muchos de estos hijos conocen ya en su juventud medio mundo, mientras que sus padres
aún no han salido de su pueblo natal. Este injusto reparto de privilegios se fomenta en muchas familias como la cosa más natural y está generando una juventud insensibilizada e insolidaria hacia sus mayores. 

La familia es el lugar donde el individuo aprende a vivir en sociedad; donde, a través de ese hermano con el que compartes pastel, habitación, abrigo o sillón, descubrirás al hermano, al compañero de vida que necesitará de ti y tú de él, y al que tendrás que hacer un hueco en la vida para que también viva, y viva bien. 

Cuando en una familia se reparte, con equidad y con humor, ese bombón tan rico; cuando nadie se queda con el pescuezo del pollo porque es lo peor; cuando el último bocado se queda en la fuente porque todos lo desean y todos se lo ofrecen los unos a los otros; cuando cualquiera sirve el agua al que lo necesita, aun antes de pedirla, se está construyendo el «Nosotros» con mayúscula. Y la vida está hecha de esos pequeños detalles que nos hacen vivir atentos los unos a los otros y que nos lanzarán al mundo a vivir de la misma manera. 


* * * 

Si «justicia» es la virtud que nos hace dar a cada uno lo que le corresponde, hoy la sociedad está montada para vivir mal la justicia. La familia da un culto exagerado a los nuevos niños, esos seres tan escasos como cotizados en bolsa y tan molestos en nuestro ritmo de vida. Hoy una pareja, cuando espera al primer hijo, le prepara una habitación de película, habilitada con todos las cosas que un niño puede necesitar o soñar; mejor dicho, con muchos más de los que pueda utilizar en toda su vida. Los padres, los abuelos y los cercanos confundirán la espera ilusionada del nuevo ser con los mil cachivaches que rondan su llegada. Las tiendas especializadas tienen un gran negocio montado con este culto estético y ornamental que se está dando al niño. Y ése es sólo el comienzo de algo que durará toda la vida: que se crea el rey de la casa, el ombligo del mundo, y viva así durante toda su niñez y juventud. De este modo se convertirá en un adulto egoísta, incapaz de descubrir las necesidades de los demás. 

Y es en la familia donde se aprende a vivir la justicia. Cuando se descubre al otro no sólo entre los miembros de la familia, sino también en los de fuera. Cuando se interesan por otros seres humanos, cuando en la mesa se comparten los gozos y las sombras de otras personas más lejanas a la familia, cuando se recibe a los vecinos y amigos, cuando se acoge, se comparte, se interesan por otras vidas. 

El modo de ver la televisión en familia, el modo de comentar los acontecimientos, el dolor de otros hombres, las injusticias sociales, el reparto solidario... irá condicionando la forma de sentir de cada persona desde su infancia. Un niño que siente que nada de lo que les ocurre a los demás en su familia deja a nadie indiferente, será un adulto solidario y participativo. 

* * * 

Hay también otros comportamientos que «contagian» justicia, como son el respetar la propiedad de los demás, el ir a devolver el cambio que le han dado de más al niño en la tienda de la esquina, el cuidar el ascensor que es de todos, el no papeles al suelo para que no tenga que limpiar el portero, el pisar con cuidado sobre el piso recién trapeado... Son pequeños detalles de la vida cotidiana que le van haciendo a uno exquisito para el amor, sensible a la justicia, a las necesidades del otro. 

También hay pequeños comportamientos domésticos que se inoculan en la vida familiar, como son reciclar los papeles, tirar los vidrios al contenedor, aunque resulte mucho más cómodo echarlos a la basura; buscar un punto limpio para abandonar los electrodomésticos o usar ropa de segunda mano que todavía está en buen uso. Si, como telón de fondo familiar, se vive el valor de que hay que ser austeros y reciclar, para no gastar lo que en justicia necesitan otros, los miembros de esa casa serán solidarios casi de manera inconsciente y habitual. Juntos cuidarán el mundo como algo normal y natural. 

Y un niño que ha sido criado en una familia en la que hay sensibilidad hacia la injusticia, en la que se comenta y se acude en familia a manifestaciones y a actos solidarios, será un adulto que luchará por construir una sociedad más justa y más humana, un mundo mejor repartido. Una familia sensible a la diferencia de clases, al racismo, al machismo, enviará al mundo a seres que participarán en el cambio de todos estos temas que nos dificultan y oscurecen la vida. 

Cuando alguien de una familia participa como voluntario en alguna organización determinada, toda la familia se suele enriquecer de la vivencia de esa persona. La justicia es un hábito del corazón que se adquiere en la familia de una manera natural, desde los comportamientos cotidianos hacia los más desfavorecidos. Cuando se abre la puerta con naturalidad a toda persona que viene a pedir y se la acoge, interesándose por su historia y su persona, si después de hablar con él, ayudarle y ofrecerle la información de algún recurso posible, se le despide por la sensación de haberle dado lo que era justo, en vez de mirar por la mirilla con desconfianza y defenderse de alguien que parece nos viene a quitar de lo nuestro, estaremos inculcándonos unos a otros un estilo justo y solidario, una sensibilidad hacia los más desfavorecidos. 

Siempre recordaré a un señor que vino a pedir a nuestra puerta en el momento justo en que nos sentábamos a la mesa. Le invitamos a comer lentejas con nosotros, y él, tras un tira y afloja aceptó con gusto. Nos contó su vida, nos sensibilizó con su problema, nos hizo el precioso regalo de darnos a conocer un doloroso mundo desconocido para nosotros y disfrutar del placer de compartir la comida con alguien que valoró el calor, el sabor y la comodidad, esas cosas a las que nosotros estamos tan acostumbrados.

No faltó quien nos consideró arriesgados, veían el peligro de que nos hubiera dado un susto el buen señor, del que todavía recuerdo su nombre con gran cariño. Pasado un año' volvió por casa para comentarnos que ya había encontrado trabajo. Esta lección de vida no se nos ha olvidado jamás. Fue un regalo de Dios para que practiquemos la justicia como estilo de vida... que no lo hacemos demasiado. 

Cuando los niños ven que sus padres compran «La Farola» al transeúnte que se acerca a vendérsela al carro, y le saludan cálidamente, están aprendiendo a solidarizarse con los necesitados, a practicar la justicia de favorecer el que todos tengamos un trabajo. Cuando en una casa se cuida de la vecina mayor, se tiene detalles con la recién enviudada, se ayuda al anciano que baja la escalera con dificultad, se llama frecuentemente y con ternura a esa persona enferma..., se está inoculando una sensibilidad y un sentido de la justicia que es dar a cada uno lo que necesita, aquello a lo que tiene derecho. 

Es importante también saberse privilegiados, reconocer lo beneficiado que ha salido uno en el reparto de los bienes económicos, afectivos, culturales o de cualquier otro tipo. Muchas veces, personas que tienen demasiado se pasan la vida mirando a los que tienen aún más que ellos, y desde ahí están siempre considerando como injusto el reparto que se vive. Hay que saber vivir
mirando a los de abajo y trabajar para que todos tengamos las necesidades mínimas cubiertas; e incluso entonces nadie puede quedarse tranquilo. 

El tema de los malos tratos a mujeres está de moda últimamente y se va haciendo objeto de mil chistes malévolos y de muy mal gusto que aplauden sutilmente esta injusticia social, desgraciadamente tan frecuente. La forma de comentar este y otros temas parecidos en la
familia será la que marcará la sensibilidad de los individuos de esa casa. Lo mismo ocurre con los temas de terrorismo y de tragedias sociales. 

Nos gusta en mi familia, al bendecir la mesa, incluir en nuestra oración a las personas a las que les han ocurrido acontecimientos desagradables y dolorosos, conocidas o no, cercanas o lejanas, víctimas o verdugos. Siento yo el presentar al Señor noticias que habían pasado desapercibidas para algunos, nos solidariza de alguna manera, nos sensibiliza con las personas, nos ablanda el corazón y nos saca un poco de nosotros mismos y de nuestra vida pequeña, nos universaliza el corazón, ese que se queda tan tranquilo sólo con lo propio. 

TRABAJO INDIVIDUAL

1.    Elabora  una cartelera donde expreses las ideas más importantes de este escrito

2.    Escribe en tu cuaderno un decálogo (10 frases) donde muestres cómo es de importante la familia para formarnos en justicia

3.    Según tu opinión, ¿tú familia te enseña justicia? Si…. ¿por qué? No… ¿por qué? Escribe la respuesta en el cuaderno.

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